General Douglas Mac Arthur, un incómodo héroe americano

            A la Capitulación de Reims, Francia 7 de mayo de 1945, el general alemán Alfred Jodl firmaría la rendición incondicional de Alemania y Winston Churchill, Harry S. Truman, Josep Stalin y Charles de Gaulle asistirían a la firma de la misma siendo testigos de aquel acto en representación de las Fuerzas Aliadas, episodio con el que finalizaría la guerra en Europa, así como el 2 de septiembre de ese año se llevaría a cabo la firma del Acta de Rendición de Japón, episodio que se refrendaría sobre la cubierta del Acorazado “USS Missouri” en la Bahía de Tokio, con el que se silenciaron las armas del Imperio del Sol Naciente; y con ello finalizaba una dolorosa y cruenta jornada bélica que quedaría escrita en las páginas de la historia de la humanidad, luego de una tenebrosa y larga noche que dejaba un impresionante, como doloroso, saldo de 60 millones de seres humanos que ofrendaron sus vidas en los escenarios de la guerra en Europa, Asia y África, según cálculos de los cronistas de esa guerra. 

          Posterior a la rendición incondicional de todas las fuerzas armadas japonesas dondequiera que se encontrasen, los firmantes por parte de los Aliados no aceptaron otros términos que no fuesen los planteados en un sintetizado documento, ocho párrafos su contenido, y el que redactado por el Departamento de Guerra de los Estados Unidos y aprobado por el presidente Truman, le fuese enviado a Tokio y firmado por los representantes japoneses y por el general Douglas Mac Arthur, Comandante del Pacífico Suroeste y Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas, quien había recibido el documento en su despacho; poniendo de esa manera el fin a la Segunda Guerra Mundial. Su discurso en el USS Missouri, para sorpresa de los japoneses, fue más un canto a la Paz que una humillación. Así fue reseñado por la prensa internacional en los titulares de primera página. .

 - General Mac Arthur, en Washington, están a la espera de la convocatoria inmediata a su despacho, del Emperador Hirohito.
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 - No General Fellers. Obligarle a venir a mi despacho será como herir los sentimientos de los japoneses y con ello convertir en mártir a su Emperador. 

-    Es más, cuando venga, que lo hará, exijo que se le reciba con el respeto y el protocolo que, como Emperador del Japón, a ello está acostumbrado. 
  
     Transcurrido 25 días de la firma del Acta, y ya instalado el General Comandante Supremo en su despacho, equidistante entre el Palacio Imperial y la Embajada, donde el norteamericano había organizado su Puesto de Comando; de un Daimler Negro descendía el Emperador con un muy reducido séquito. Érase allá por los días finales del mes de septiembre, el 27 de ese mes, con exactitud .

 - “Es usted muy, muy bienvenido, señor”. “Soy Mac Arthur, el Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas, y soy el que manda”. 

       Y el Emperador con una inclinación de cabeza, casi como una reverencia, ligeramente cuál gesto de humildad y sumisión, no mirando fijamente al General Mac Arthur, y este de pronto se encontró a sí mismo estrechando su mano con evidente respeto.

     - "Vengo hasta usted, general Mac Arthur, para entregarme al poder que usted representa, como responsable único de todas y cada una de las decisiones políticas y militares tomadas y ejecutadas por mi gente durante el transcurso de la guerra".

      De las opiniones que se tejían en cuanto al destino del Emperador, inclusive de quienes consideraban que debería ser enjuiciado por crímenes de guerra, a quien con valor al asumir una responsabilidad que llevaba implícita hasta la muerte, lo que estaba en contradicción con hechos que bien conocía el General; estaban en contraposición a lo que este pensaba.

 - General Fellers, Ud. como estudioso de la cultura de la sociedad japonesa y sabe lo que significa el culto a su Emperador y dada la responsabilidad de ejercer este proconsulado. ¿Cuál es su opinión? 

- Yo considero General, ya que Ud. me pide mi modesta opinión, que sería un craso error el ejercer justicia contra una figura como el Emperador Hirohito, a quien su pueblo le rinde culto y que, a los efectos de la guerra, se considera que se redujo a las funciones propias de su nombramiento, de ceremonial en el mejor del caso, y si bien es el jefe de Estado y símbolo constitucionalmente reconocido de la nación japonesa y de la unidad de su pueblo y cabeza de la familia imperial; ha sido un pacifista sometido en su palacio, víctima de una maquinación política y militar que llevó a la nación al sacrificio de la guerra.

  - ¿Entonces considera que debemos gobernar con el Emperador? 
 
- Sí Señor. Hágalo designando un Primer Ministro compatible con los intereses de reconciliación de esta Nación, una sociedad que ha sufrido los horrores de la guerra y de ello dan cuenta al final Hiroshima y Nagasaki; es más conveniente hacer uso de lo que él representa para su pueblo, para gestionar su gobierno con menos contratiempos que los que ya existen. 

        Mac Arthur convencería a Washington de que enjuiciar, y que se sentenciara a muerte al Emperador del Japón, impondría grandes responsabilidades sobre el Gobierno norteamericano, y en su lugar propuso reconstruir el país por un Estado democrático con una Constitución moderna regulada por un Gobierno elegido democráticamente. El Emperador Hirohito fue absuelto de culpas.

 - “Las realizaciones del general Mac Arthur, en interés de nuestro país, son unas de las maravillas de la historia. No es extraño que todos los japoneses lo miren con profunda veneración y afecto. No tengo palabras para expresar la tristeza de nuestra nación al verle marcharse.” 

      Quien así se expresaba, preso de intenso dolor, sería de imaginar, con emociones y palabras de reconocimiento y elogios, no propios de su carácter y naturaleza, hacia el depuesto General, era el Primer Ministro del Japón Shigeru Yoshida quien había sido, dado sus conocimientos de las sociedades de occidente producto de sus estudios y educación, el hombre más indicado para acompañar al general Douglas Mac Arthur y las fuerzas de ocupación en la reconstrucción del país devastado física, económica y moralmente; cuando en aquella primavera de 1951 el General era destituido por el Presidente Harry S. Truman, a quien para el momento, y luego de haber firmado en su nombre el Acta de Rendición, era el Comandante Supremo de las Potencias Aliadas desde el 2 de septiembre de 1945, en el Japón.

        Atrás quedaban las heroicas jornadas, como también los desaciertos, no tantos como las primeras: la de la jungla de Nueva Guinea, en la que brillada con luz propia en las selvas del pacífico; Midway; mar del Coral; Leyte, donde días después se produciría una decisiva batalla aeronaval; Luzón, la esperada liberación de Batán y Corregidor, y de la propia Manila; Iwo Jima y Okinawa, también caerían en el otro sector del Pacífico; tenaz resistencia elevó a la categoría de héroe nacional a Mac Arthur, quien atribuyó la falta de refuerzos a las envidias que despertaba y cuando la situación se hizo muy difícil, Washington, que no quería perder a un militar de su talento, le ordenó abandonar Filipinas y al ceder el mando al general Washington se despidió con su célebre: ¡Volveré! . 

         Filipinas caería poco después, y el avance japonés continuó indetenible por el Sudeste asiático. ¡Mac Arthur “Volvió! Y recuperó Filipinas. El 25 de junio de 1950, tropas norcoreanas traspasaban el paralelo 38 invadiendo Corea del Sur y ocupando Seúl su capital, excepto Pusan, por donde llegarían los esperados refuerzos desde Japón y es designado por el presidente Truman como Comandante en Jefe para enfrentar a Corea del Norte y su agravio, asalto anfibio de Mac Arthur en Inchon que se adelantaría al 15 de septiembre, audaz desembarco en esa playa y toma por sorpresa a los norcoreanos, quienes huyen, contraofensiva de Mac Arthur que recupera todo el territorio y alcanza el Paralelo 38. Bombardear Manchuria, era la propuesta de Mac Arthur, no aceptada por los altos mandos en Washington por su elevado riesgo, o como una nueva restricción a su mando la consideraría el General; sin embargo, lanza su ofensiva, estrategia del enemigo con superior cantidad de combatientes le obliga a batirse en retirada como única opción hasta llegar a Seúl llevando consigo el amargo sabor de la derrota.

      Colosal error que de ello fue señalado. “Desdichada ofensiva”, la tildaría el Presidente Truman, así como también el descrédito al que consideraba estar expuesto el Primer Magistrado, quien sostendría que no se trataba ya de los objetivos de la guerra, sino su autoridad puesta en entredicho, la de quien estaba en la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica; y decidió relevarle del mando. Era el fin de la gloriosa carrera militar del General Douglas Mac Arthur, y la asunción al poder del General Dwight Eisenhower. Su célebre máxima expresada en una conferencia de despedida a los alumnos de West Point de que: “Los viejos soldados nunca mueren, solo se desvanecen”, se cumplió cuando por esas leyes de la vida y acudiendo al llamado del Señor, en medio de la indiferencia oficial, se desvanecía la vida de esa gloria de las armas norteamericanas, el 5 abril de 1964 a los 84 años, y con la ausencia de Harry S, Truman y de Dwight Eisenhower al cementerio de Norfolk, Virginia, en el Mac Arthur Memorial, el 9 de abril de ese año; lo que se contrastó con la presencia del Primer Ministro de Japón. Hayato Ikeda, en la ceremonia fúnebre, quien sí asistió a rendir los honores a quien había contribuido, junto con el Primer Ministro de aquella época, Shigeru Yoshida, a la recuperación del Japón, luego de finalizada la II Guerra Mundial.

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